domingo, 24 de octubre de 2010

¿Te dije cuánto me gusta hablar contigo?


Esta noche, aún no sé cómo, termino con el hartazgo que me agobia cada día. De pronto siento el alivio de mis pulmones. Suspiro.

Mi expectación es de tal magnitud que no sé cómo reaccionar. Estoy paralizado. Todas mis habilidades desaparecen y no encuentro forma de expresarme. Sé que quiero decirte algo, pero no sé cómo, no sé qué.

Luego se presenta una melancólica sensación en mis costillas. Lloro de risa. Volteo a verte, alucino que tomo tu cara entre mis manos. Las caricias que recorren tu cuello se evaporan y recuerdan el humo de las calles nevadas que se ve en las películas.

No lamento tanto mi difícil realidad como el fracaso de mi imaginación. Lamento que no baste con alucinarte, lamento que necesite tu voz, tu sonrisa sarcástica y a la vez inocente, tu risa de caricatura y tus manitas hinchadas. Pero lamento más que no estés conmigo.

Pienso que debería ser más sencillo hacer y decir lo que uno piensa. Pienso que tengo miedo y me autocensuro. Estoy a la defensiva, no quiero perder esta vez. Temo que mis ideas te alejen de mí, es un precio que no podría soportar. Y pienso que no es justo. No es justo prohibir los impulsos, las intensas sensaciones. No es justo prohibir la sensibilidad.

Sueño que me abrazas y me sonrojo. Me abrasas y me incendio. Al mirarme al espejo no me reconozco. Pienso en todo lo que he cambiado. Todo lo que me transformas. Sin duda soy otro contigo, un otro que intenta ser mejor.

Pero no resulta para nada sencillo. No estoy familiarizado con mis emociones. Siempre había procurado ahogarlas con un simple sollozo. Ahora no sé cómo manejarlas.

Por un lado me agrada la idea de poder volver a apreciar todo lo que perciben mis sentidos. Me resulta una experiencia fantástica. Y me siento viviendo en las nubes, rebotando en los cúmulos nimbos. Pero de pronto un rayo crea un agujero a través del cual caigo al suelo y pierdo casi toda la sensibilidad.

¿Qué tal?, ¡buenas tardes!, me escucho diciéndole a varias personas mientras camino por aquel largo pasillo. Voy pensando que días como esos son especiales porque asoman una posibilidad de que ocurra algo extraordinario. Desde que desperté lo percibí en el aroma del pasto recién podado.

Horas después ocurre algo extraordinario, aunque confieso que no tan inesperado. Me ilusiono con la idea de que supe transmitir mis deseos sin mencionarlos gracias a una empatía desbordada. Pero lo tomo con calma, respiro, me sereno.

Y de pronto todo me parece tan usual y encantador a la vez. Nada extraordinario sucede y, sin embargo, es fantástico: la satisfacción en lo inmediato. ¿Cuántas veces me he perdido de esto? Te pido que me prometas que seguirás compartiendo esto conmigo, que no te marcharás.

1 comentario:

beno dijo...

Ok. Como nadie peló mi post, por lo menos yo me echo una cebolla: ¡qué bonito me quedó! ^^